viernes, 27 de junio de 2014

POSTALES DE LA PRIMERA FASE




SE ACERCAN LOS OCTAVOS

Terminó la primera fase. Y es ahora, con dieciséis equipos fuera y dieciséis dentro, cuando llega la hora del primer balance. Porque, no lo olvidemos, un Mundial, en realidad, es esto. La fase de grupos. El colorido de las gradas, todas las ilusiones intactas, los matagigantes. Luego ya se pone todo más serio y no es lo mismo. Si pierdes, a casa. Y eso pesa. Lejos de aquellas épocas románticas en las que Brasil era eliminada en cuartos pese a desplegar el mejor fútbol (España '82) o en las que una semifinal entre teutones y transalpinos registraba un 4-3 (México '70), hace ya tiempo que las eliminatorias mundialistas se convirtieron en partidos a cara de perro. En envites de cabeza fría y corazón caliente donde impera la ley del más fuerte y que registran pocos goles. Así pues, quizá aún veamos algún partido de enjundia. Es más, seguro que lo veremos. Pero que nadie espere las tracas de la primera fase. Lo mejor para la retina ya ha sucedido. Pasó de largo en catorce días que fueron lluvia de estrellas.

El Mundial empezó con violencia, dejándolo todo perdido. El segundo día de competición, Holanda lo puso todo patas arriba. Esa noche, la del fatídico 13-J, el aficionado español regresó cabizbajo a casa. Conmocionado. En estado de shock. A la campeona del mundo le habían pegado fuerte y flojo. En medio de la confusión, poner la televisión y empezar a ver remates de Tim Cahill en el área chilena pronunció más si cabe la singularidad del momento. Hubiera rematado hasta un tobogán si se lo hubiera servido Leckie desde la banda. En ese momento tuve ganas de conocer personalmente a Cahill. De ir incluso a darle un abrazo. Está claro que los Mundiales engrandecen hechos puntuales y los elevan a la grandeza del recuerdo. Empezaba también a quedar claro que este torneo iba a dejar muchas postales.

Pero el recital de Cahill no terminaría ahí. Después llegaría el escorzo que nos regaló ante Holanda, surgido de esos muelles que tiene como empeines. Para entonces, a horas de que España fuera masacrada de nuevo, tuve claras dos cosas. La copa se la llevaría uno, cualquiera, el que fuera. Pero los recuerdos serían para los jugadores underground. De la misma manera que hoy recuerdo a Oleg Salenko o a Thomas Ravelli, de este Mundial recordaré para siempre al bueno de Tim.

Desastre patrio al margen, todavía quedaba mucha Copa del Mundo por delante. Mención especial para la primera noche del sábado al domingo, con aquel canto de cisne de ingleses e italianos en Manaus. Junto con Ghana, probablemente los equipos que mejores partidos han regalado al espectador. Y los tres están ya están fuera de combate, lo cual no es una buena noticia para el juego en sí.



Punto y aparte pese a su eliminación merecen los ghaneses. Es cierto que la victoria africana la representan en esta edición Nigeria y Argelia. Los segundos, además, han regalado quilates. Su partido ante Corea, en especial la primera parte, quedará en el imaginario. Pero han sido las 'Estrellas Negras' las que en otro Mundial, y ya van tres, se han encargado de honrar a este maravilloso deporte. Han sido colistas de grupo G, pero en Alemania todavía se estremecen recordando la segunda parte que les plantearon los de Appiah. Su romanticismo ha consistido en su anarquía. En ser capaces de pintarte la cara en la misma medida que de regalarte un gol a los diez segundos. Son ellos, los conjuntos kamikaze, los que hacen te enamores del fútbol. Si todos los equipos jugaran como Ghana, la tasa de felicidad aumentaría considerablemente. Aunque también la de infartos.

Pero recapitulemos: tras la exhibición de Pirlo y cía en pleno clima tropical prosiguió una madrugada llena de exotismo, donde la quinceañera Japón, muy prometedora siempre, o la descompensada Costa de Marfil jugaron el partido más noctámbulo a toda la Copa. 3am hora española. A decir verdad, no fue la panacea, pero los que nos quedamos a verlo lo volveríamos a hacer. Una y mil veces.

Una primera fase que nos dejará la herencia del ojo de halcón para los goles fantasma y del spray para las faltas. Iniciativas como el cartelón del tiempo extra, que se instauró en Francia '98. Medidas que deberían quedar ya para la posteridad. No tan memorables serán las botas de dos colores o las indumentarias monocromáticas, ese nuevo capricho de la FIFA.

Un Mundial que nos dejará también la impronta de jugadores honrados que conocen el oficio: Clint Dempsey, Bryan Ruiz, Raïs M'Bolhi. De lo que uno se acuerda con el paso de los años no es de los resultados. Es de tipos como ellos. A propósito de Dempsey, mito americano donde los haya, surgen más certezas en torno a una selección que cae bien a pesar del odio que sí genera la nación a la cual representa. Un caso extraño que ya iniciaron los protagonistas de USA '94, aquel Mundial que conecta a muchos treintañeros con su infancia. Y es que del mismo modo que hoy recordamos a Tab Ramos, Alexi Lalas o Tony Meola, dentro de unos años mentaremos a Grahan Zusi, Michael Bradley, Jermaine Jones o Kyle Beckerman. Seguro.


Pero no abandonemos la CONCACAF, porque decir Mundial es decir México. Una Copa del Mundo sin ellos es como un cumpleaños sin tarta. Siempre van, siempre juegan los cruces y siempre dan algún disgusto. Muy destacable, además, el trabajo del Piojo Herrera. Cogió a un equipo muerto mentalmente a final de año, lo clasificó para Brasil y ahora lo ha convertido en una escuadra competitiva que sublima el 5-3-2. Un sistema que parece estar de vuelta en nuestras vidas. Unos lo utilizan para defenderse mejor, otros, para dominar mejor los ataques, pero la apuesta de los tres centrales, sin duda, ha hecho fortuna: Costa Rica, Chile, la propia Holanda...

¿Y Grecia? Poco que decir de ellos que no se sepa ya. Un equipo que desde que ganó la Euro '04 tiene patente de corso. Jugar hasta que pite el árbitro, conociendo los límites propios y tratando de explotar los ajenos. Así, ladrillo a ladrillo, han construido un camino que les ha llevado a superar la primera fase de los dos últimos grandes torneos que han disputado. Aquella Grecia que fue de Zagorakis, Dellas o Charisteas. Y que todavía hoy lo es de Karagounis y Katsouranis. Pero quien mejor recoge los frutos de aquella generación de oro y quien mejor representa al actual combinado que dirige el brasileño Santos es Giorgios Samaras. El jugador con más autoestima del panorama. No va sobrado de velocidad, pero siempre encara a su par como si fuera Ribéry. Era un chaval en 2004, pero es como si hubiera si perteneciera realmente a aquella hornada. El poso de su espíritu así nos lo confirma. Jugaría hasta el fin de los días con el convencimiento de que vencer es una posibilidad.

Aparecen luego las aspirantes a revelación. Bélgica y Colombia han superado con holgura la criba inicial, que no es poca cosa, más teniendo en cuenta que los futboleros llevan ya dos años largos hablando de ellos. Los europeos no han sobrecogido a nadie, pero se espera que empiecen a ganar altura ahora que una victoria es el todo y perder la nada. Llegaron al torneo con la vitola de su talento, pero hoy sus virtudes brillan al otro lado del campo. Son un equipo rocoso al que marcarle un gol es escalar un Everest. Su duelo ante Estados Unidos promete. Como también lo hace el Colombia-Uruguay. Los de Pekerman, que llevan veinticuatro años sin pisar los duelos de privilegio, no se conforman con haber llegado hasta aquí después de haberse exhibido en el grupo C. El choque ante los charrúas es de aúpa, y estará marcado por la ausencia de Luisito El caníbal.

De los demás, poco hay que decir que no se sepa. No se puede decir que ahí estarán los de siempre, porque faltarán Italia, Inglaterra, Portugal o España, los exponentes del declive europeo. Pero sí el resto: Brasil, Argentina, Alemania, Francia... Decir sus nombres es incluso aburrido. Con la certeza de que los temores cercenen el espectáculo a medida que el embudo hacia la victoria se estreche, es hora de atreverse a decirlo: este es el mejor Mundial en años.


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